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Hospitalidad

  • Foto del escritor: Paz Salsamendi
    Paz Salsamendi
  • 23 sept 2023
  • 2 Min. de lectura

Si alguien del campo o de cualquier otro lugar tenía que ir al pueblo por trabajo o para estudiar o por salud o por lo que fuera, por muchos días o pocos, siempre estaba la opción de alojarse en la 'pensión' (hospedaje) de mi abuela Filomena.


Pasar esta puerta - me imagino - significaba para los viajeros encontrar un espacio cuidado, limpio, fresco en verano y cobijado en invierno, un lugar seguro... alivio y comodidad para desplegar los días inciertos que llevara su estadía en el pueblo. Para mi abuela, esos espacios representarían horas de inagotable laboriosidad y delicadísimo cuidado por todos los detalles de la atención.



Qué sublime es la experiencia de ser recibido con hospitalidad (del griego filoxenía: afecto o bondad a los extraños). Quien llega siente que es acogido con cariño en una casa, en un lugar físico, pero antes que eso, en el mismísimo corazón del anfitrión. Se siente cobijado, aceptado y seguro.


Qué necesario es que seamos hospitalarios también, regalando hogar en nuestro corazón a todas las personas con quienes nos encontramos, a los que necesitan un lugar, descanso o compañía. Regalar hogar en el corazón suele empezar por hacer espacio: suspender por un instante nuestro modo de ver las cosas y abrir los oídos para recibir con afecto y sin juzgar. Luego cuidar, tratar bien, respetar, valorar.


Jesús nos enseña, como siempre:


🏡 Invita a que seamos sus huéspedes. En su corazón infinitamente misericordioso hay lugar para todos, una habitación especial para cada uno, donde somos recibidos tal como somos. "Vengan a mí..." dice tantas veces en el evangelio y en la vida.


🏡 También invita a que, sintiéndonos hospedados tan amorosa e incondicionalmente en Él, abramos nuestro propio corazón para alojar a otros con la misma ternura. Es una de las actitudes esenciales que nos propone aprender.

«Cristiano es aquel que aprendió a hospedar, que aprendió a alojar.» Papa Francisco.

🏡 Y también invita - esto es lo central, creo - a que lo alojemos a Él en nosotros. Para mí es como si, una vez que nos reconocemos habitados por Dios, nuestro propio corazón se va tornando parecido al suyo: más amplio, más cálido, más simple y capaz de tratar con su mismo cariño y amabilidad a cualquier persona con la que nos toca compartir la vida.


"Éste es el gran desafío: todos, cualquiera sea nuestro color, religión, sexo, pertenecemos a la humanidad y hemos sido llamados a ser amables los unos hacia los otros...", escribió Henri Nouwen. También en la puerta de la 'pensión' de mi abuela está escrito, sin letras, "hospitalidad". Hospedarnos, alojarnos unos a otros... ¿la más importante y necesaria de nuestras tareas cada día?

 
 
 

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